Geopolítica educativa y universitaria en el mundo y América Latina
Damián Jacubovich geopolitólogo |
Estar en medida de ofrecer una educación superior de
calidad se ha convertido en una cuestión de potencia para los Estados del
planeta. El reconocimiento a nivel de las Universidades de un país hace a la
influencia en el escenario geopolítico internacional. Y ya no resulta una
cuestión de antigüedad de las estructuras académicas las que determinan su
resplandor: la más vieja universidad del mundo, Al Quaraouiyine (en Marruecos),
no se encuentra ni cerca de alcanzar ni el prestigio ni la clasificación de Harvard.
El capital humano se
constituye entonces como el verdadero elemento determinante de la potencia a
largo plazo, por eso muchos especialistas afirman que la formación académica resulta el alma
mater de la potencia de un Estado ya que es aquí donde se dibujan las
grandes orientaciones estratégicas de las naciones (defensa, industria
militar altas tecnologías o innovación.
En algunos países las universidades
han sido menospreciadas generando las llamadas fugas de cerebros fuertemente
aprovechadas por los países receptores de estos flujos migratorios. Estos
movimientos migratorios intelectuales benefician a los Estados llamados
“atractivos” ya en posición ventajosa respecto de los otros países.
Damián Jacubovich geoestratega |
La
realidad indica que la formación académica dispone de un real poder de
seducción: Según la
clasificación de la Universidad de Shanghai especialista en el tema de elaborar
ranking de las universidades en el mundo, bien que imperfecta, establece que
las 10 primeras universidades del mundo más reconocidas se encuentran en los
Estados Unidos y en el Reino Unido, demostrando de esta manera que la formación
académica representa no solamente un factor de influencia sino también un
especie de barómetro del poderío mundial de los países, en este caso poniendo
de relieve la supremacía el eje anglo-saxón.
Con
la globalización, una pseudo
economía del conocimiento parece haberse implementado. Se caracteriza por la
comercialización de los productos de
investigación y de Educación. Con el objetivo de ser
reconocidos en el plano internacional, los establecimientos de educación
superior implementan nuevas prácticas como la internacionalización de sus
universidades tratando de atraer un máximo posible de estudiantes extranjeros.
De esta manera la formación Académica alimenta a la
vez la potencia y la influencia en una verdadera lógica geoestratégica.
Por otro lado la formación académica
juega un rol primordial en la consolidación de las futuras élites. Así las
grandes universidades se convierten en un instrumento de la reproducción de las
élites difundiendo un modo de pensamiento, incluyendo por supuestos modelos, sociales, económicos y
políticos. Con esta dinámica, los decididores del Sur a menudo son formados en
Occidente exportando de esta manera sus modelos.
En nuestro
continente numerosos analistas de la geopolítica educativa alertan contra un sistema
educativo basado generalmente en relación a tres ideas fundamentales: eficiencia,
eficacia y calidad, tres ejes que fueron originalmente acuñados por la
pedagogía estadounidense del eficientismo industrial que traslada al campo
pedagógico y, en general al de las ciencias humanas, conceptos empresariales.
De esta manera, se vincula lineal y mecánicamente el sistema educativo con el
aparato productivo, subordinando el primero a los intereses del segundo. Según
esta visión, la educación es considerada como producción de capital humano,
como inversión personal y colectiva, la cual debe, por lo tanto, ser rentable
en términos económicos.
Estos son los
principios que rigen numerosos programas educativos para América Latina
financiados por organismos internacionales como el Banco Mundial y el Banco
Interamericano de Desarrollo. Según este razonamiento, invertir mejor no
significa invertir más, sino desarrollar aquellas áreas educativas que demanda
el mercado y considerar la educación como una empresa que debe mostrar su eficiencia,
eficacia, rentabilidad y calidad.
Si bien es cierto
señalar que la educación no puede ciertamente divorciarse del trabajo, también
se debe reconocer que el trabajo no es productivo únicamente en términos
comerciales. El trabajo vincula al hombre consigo mismo, con los demás y con su
medio, en este sentido el trabajo es realización humana. Por esta razón, la
relación educación - trabajo no debe limitarse al éxito en el mercado laboral
ni transformar a los trabajadores en apéndices de las máquinas.
Una educación de calidad bajo una visión muy diferente y opuesta a la neoliberal, debe formar profesionales críticos, capaces no sólo de asimilar tecnologías sino de crearlas y de asumir posiciones transformadores en todos los aspectos. Lo que debe buscar la Universidad es la formación de hombres creadores, conscientes del mundo en que viven, de la historia, de la realidad y de sus procesos sociales.
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